*Texto merecedor de una Mención Especial en el Certamen de Cuento Corto "Todas Contamos" del Colegio del Estado de Hidalgo en Marzo del 2014.
Por Hugo Santiago
La reina Xiuhtzaltzin observaba la noche estrellada
afuera del palacio, a su costado el sacerdote Meconatzin, su confidente,
terminaba de avivar con más leña el tlecuil o brasero, que con su fuego daba
luz al edificio, y también calentaba la fría noche en Tollan, la Capital de los
Toltecas.
-
Han
pasado 4 años sabio Meconatzin, y sinceramente nunca pensé que íbamos a
progresar tanto en tan poco tiempo, mi pueblo me ha respaldado, yo no le puedo
fallar.
-
Mi
señora, no ha sido sencillo sortear con esta responsabilidad, pero su noble
corazón y su sabiduría han hecho más grande a esta ciudad – respondió el
anciano, mientras se acomodaba el hermoso pechero de turquesa que llevaba
puesto- , hacía mucho tiempo que los Toltecas no podíamos dejar de preocuparnos
por el alimento, que no disfrutábamos de la justicia, que no…
-
Pero
también hay guerra- interrumpió afligida la reina - un cruenta guerra que nos
ha costado muchos hijos, que nos mantiene a raya en el norte, que aunque no
perdemos, creo que tampoco podemos ganar.
-
Reina
Xiuhtzaltzin cuando usted comenzó su gobierno, ya tenía dos años que estábamos peleando
con los traicioneros Nonoalcas, no es su culpa la maldad de nuestros enemigos…
-
Quizás
es cierto maestro – interrumpió la mujer, que rondaría en los 40 años-, pero no
entiendo como nuestro pueblo puede alcanzar el nivel de hablar con su propio
corazón, y no apartar de él, el odio, la ira y el rencor contra nuestros
primos… ¡Porque no podemos llegar a un acuerdo!, y echar para bajo esta cruenta
lucha.
-
Mi
señora, yo sólo soy el más humilde de los siervos del templo del señor del
alba, el más sencillo de sus sirvientes, pero si me permite decirle lo que siente
mi corazón, es justo que cobremos venganza con esos malagradecidos, a quienes recibimos
en nuestra tierra, comieron de nuestra siembra, bebieron de nuestros cantaros…
¡Y aun así nos traicionaron!, ¡Y tienen la osadía de burlarse de que nos gobierna
una mujer!, sin conocer que gracias a eso vivimos una época dorada, como en los
tiempos del gran Quetzalcóatl…
-
Meconatzin,
no deje que la ira turbe su pensamiento, ni que el rencor anegue su corazón, es
cierto que nos traicionaron y por eso no les permitimos quedarse, pero ahora
tienen su tierra, allá en la frontera, de donde nunca habrían salido, si el
general Técpatl no les hubiera dado la guerra que tanto pedían, para cubrirse
de una gloria que nunca logró.
-
Mi
señora, todos sabemos de su gran gentileza, pero no entiendo cómo puede perdonarles
sus mofas, como no pueden herirla las vulgares palabras de los Nonoalcas, sus
afiladas lenguas de obsidiana que rasgan nuestro honor.
-
Querido
amigo, es cierto que las malas palabras duelen igual que las piedras, que
golpean nuestra condición, pero ante ellas hay una cosa más importante, más
dura, la razón y la inteligencia- la reina miró a los ojos al sacerdote-, Meconatzin,
ellos pueden decir lo que quieran, nuestro Dios les dio el don del habla, pero
eso no significa que tengan la razón. Yo perdono sus injurias, que no se
comparan en nada al dolor que siento por las vidas de nuestros hijos, de
nuestros hermanos que han caído en las batallas.
-
Mi
señora, ahora confirmo que el pueblo y el consejo de ancianos no se equivocaron
en elegirla como nuestra reina, la primera Tolteca, – respondió el religioso-, pero
no comprendo porque en otros pueblos no pueden entender que una mujer tiene el
mismo valor que un hombre, que puede gobernarlo igual o mejor que un rey, que
gracias a eso se puede alcanzar el refinamiento, se puede ser Tolteca, maestro
de todos los oficios.
-
Sabio
amigo, llegaría un día en donde todos aceptaremos la igualdad de la mujer,
donde haya igual número de reinas, que de reyes, donde las sabias, las poetas y
las maestras, recibirán el mismo respeto que se les da a los varones, - la
reina volteó la mirada y elevó su brazo hacía la enorme Plaza-, ve enfrente de nuestros ojos, observa los templos,
los palacios y esta gran ciudad, ¿Quién los construyó?, fueron los hombres,
pero nacidos del vientre de una mujer, amamantados por una madre, aconsejados
por una abuela, ayudados por una hermana, amados por una esposa, orgullosos por
una hija, contentos por una nuera, felices por una nieta…cuando todos los pueblos
comprendan eso, sabrán que no hay persona que pueda llamarse hombre, sin una
mujer.
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