El Pastel
Una amiga profesora en una prepa pachuqueña explicaba a sus alumnos la complejidad del sistema político mexicano, comparando al gobierno con un pastel; ella les decía que al paso de las administraciones los comensales (gobernantes) en turno lo van disfrutando y luego se lo pasan a sus sucesores, cuando uno de sus alumnos le preguntó: ¿Maestra que pasa si ese pastel se lo acaban los políticos?.
Ante lo cual la maestra le contestó: “eso corresponde a nosotros los ciudadanos, evitar que el pastel se lo acaben”, y así concluyó la lección.
Es cierto, el gobierno bien pude compararse con un pastel redondo de tres leches, un postre azucarado que otorga a quien se lo come, el poder, el respeto que aún se tiene a la autoridad – pese a sus tropelías-, y el privilegio y honor de administrar en pro del bien común, los dineros del pueblo que se recaudan.
Sin embargo la cuestión planteada por el adolecente es correcta, la mayoría de las veces los gobernantes en turno se engolosinan con El Pastel y lo devoran, dejando solo migajas para el pueblo a quién se deben y del cual pueden disfrutar de esas dádivas.
Pocos son los gobernantes que cuando se sientan en la mesa, frente al pastel, lo parten con cuchillo de cirujano; administran y reparten en obras publicas y servicios para la ciudadanía, se ocupan y preocupan de sus gobernados, y no se les olvida la razón por la cual llegan a los cargos: servir al pueblo, y no servirse de él.
Casi todos los que encabezan una administración, sea federal, estatal o local, se empachan con el citado pastel, dejando muy poco para quienes pusieron el royal, la harina, el azúcar y el horno para su cocción.
Es casi generalizado en todo el país, que si el pastel le toca a un comensal azul, los trozos amplios se los reparte entre sus cuates empresarios, le da un pedacito al clero y las migajas se las reparte al pueblo, presumiéndoles aún que les toco de más.
Si ese postre le toca a un hambriento amarillo, cómo pocas veces o nunca lo ha probado, lo devora y se indigesta, actuando en el tiempo que queda para el siguiente pastel, de manera agresiva y represora, haciendo con creces lo que antes criticaba.
Por otro lado si el pastel regresa a un tricolor, la mitad del pan se lo queda, el restante se lo reparte a quienes le ayudaron a poder sentarse en la mesa, y las migas van para el pueblo; “por que también contribuyeron a poner su granito de arena”, se ufanan.
Sin embargo existen sus excepciones, aunque son muy pocas. Es verídica también la respuesta que le ofreció mi amiga al colegial, somos nosotros los ciudadanos los que debemos observar que al que le toque disfrutar del pastel, no se lo coma entre él y sus cuates, si no que ese postre sirva para el pueblo, para todo el pueblo.
Una amiga profesora en una prepa pachuqueña explicaba a sus alumnos la complejidad del sistema político mexicano, comparando al gobierno con un pastel; ella les decía que al paso de las administraciones los comensales (gobernantes) en turno lo van disfrutando y luego se lo pasan a sus sucesores, cuando uno de sus alumnos le preguntó: ¿Maestra que pasa si ese pastel se lo acaban los políticos?.
Ante lo cual la maestra le contestó: “eso corresponde a nosotros los ciudadanos, evitar que el pastel se lo acaben”, y así concluyó la lección.
Es cierto, el gobierno bien pude compararse con un pastel redondo de tres leches, un postre azucarado que otorga a quien se lo come, el poder, el respeto que aún se tiene a la autoridad – pese a sus tropelías-, y el privilegio y honor de administrar en pro del bien común, los dineros del pueblo que se recaudan.
Sin embargo la cuestión planteada por el adolecente es correcta, la mayoría de las veces los gobernantes en turno se engolosinan con El Pastel y lo devoran, dejando solo migajas para el pueblo a quién se deben y del cual pueden disfrutar de esas dádivas.
Pocos son los gobernantes que cuando se sientan en la mesa, frente al pastel, lo parten con cuchillo de cirujano; administran y reparten en obras publicas y servicios para la ciudadanía, se ocupan y preocupan de sus gobernados, y no se les olvida la razón por la cual llegan a los cargos: servir al pueblo, y no servirse de él.
Casi todos los que encabezan una administración, sea federal, estatal o local, se empachan con el citado pastel, dejando muy poco para quienes pusieron el royal, la harina, el azúcar y el horno para su cocción.
Es casi generalizado en todo el país, que si el pastel le toca a un comensal azul, los trozos amplios se los reparte entre sus cuates empresarios, le da un pedacito al clero y las migajas se las reparte al pueblo, presumiéndoles aún que les toco de más.
Si ese postre le toca a un hambriento amarillo, cómo pocas veces o nunca lo ha probado, lo devora y se indigesta, actuando en el tiempo que queda para el siguiente pastel, de manera agresiva y represora, haciendo con creces lo que antes criticaba.
Por otro lado si el pastel regresa a un tricolor, la mitad del pan se lo queda, el restante se lo reparte a quienes le ayudaron a poder sentarse en la mesa, y las migas van para el pueblo; “por que también contribuyeron a poner su granito de arena”, se ufanan.
Sin embargo existen sus excepciones, aunque son muy pocas. Es verídica también la respuesta que le ofreció mi amiga al colegial, somos nosotros los ciudadanos los que debemos observar que al que le toque disfrutar del pastel, no se lo coma entre él y sus cuates, si no que ese postre sirva para el pueblo, para todo el pueblo.
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